El 24 de octubre de 1929, las campanas sonaron
alborozadas como siempre, pero ése fue el peor día en toda la historia de la
catedral de las finanzas. Su caída cerró bancos y fábricas, lanzó el desempleo a
las nubes y arrojó los salarios al sótano, y el mundo entero pagó la
cuenta.
El secretario del Tesoro de los Estados
Unidos, Andrew Mellon, consoló a las víctimas. Dijo que la crisis tenía su lado
positivo, porque así la gente va a trabajar más duro y va a vivir una vida
más moral.
Eduardo Galeano - Espejos
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